sábado, diciembre 03, 2005

CONTROL DE LA LIBERTAD QUE EJERCEN LAS CADENAS DE TELEVISIÓN DE TODO TIPO Y FORMA O TONADA NADIE CONTRA O FRENTE A LOS PÚLPITOS TELEVISIVOS

Buenas vibraciones

NI SIQUIERA HAY YA UN MINIMO DE REACCION ANTE EL CRECIENTE GRADO DE CONTROL QUE EJERCEN LAS TELEVISIONES SOBRE lAS MASAS DE MANO DE OBRA MEJOR O PEOR O REGULARMENTE CUALIFICADA
ÉSTAS MASAS SON SIMPLEMNTE CONSUMIDORES SATISFECHOS O DESEOSOS DE SERLO EN ALGUNA MEDIDA

FUTBOL SERIES CONCURSOS DE TODO TIPO Y ESTILO , MÁS O MENOS BANALES, SUPERFICIALES E INCLUSO RAYANOS CON LA MÁS VULGAR ESTULTICIE SE IMPONEN COMO LA GRAN PANACEA DE LOS MODERNOS PRÍNCIPES

MAQUIAVELO SÓLO NECESITA HOY EN DÍA CONTROLAR LAS TELEVISIONES...Y LOS MODELOS EDUCATIVOS CON LEYES ADULADORAS DE LOS NIÑOS ADOLESCENTES Y JOVENES CONSUMIDORES SATISFECHOS DEL FUTURO Y DEL PRESENTE..EL FEED-BACK ,LA RETROALIMENTACIÓN GOBERNANTES / GOBERNADOS ESTÁ LOGRADA ...GRACIAS A LAS MARAVILLAS DE LA CAJA ..QUE ATONTA: LA TV
RECOMIENDO SOBRE ESTO LA CUIDADOSA LECTURA Y ESTUDIO DE ESTE ARTÍCULO
QUE HE TOMADO DE LOS FOROS DE NODULO

http://nodulo.trujaman.org/viewtopic.php?p=7473#7473

Queridos foristas:
Acabo de encontrar este texto de Bueno sobre "televisión" que publica la revista "De verdad" de diciembre de 2000 y aquí lo cuelgo:
Cita:
Gustavo Bueno
Consumidores satisfechos y modelos de televisión


Desde el punto de vista político-psicológico, hay un modelo de televisión que puede recibir una fundamentación paralela a aquella por la cual algunos sistemas justifican el «opio del pueblo» o bien la necesidad de la mentira política, como instrumento necesario para la gobernación del Estado; o incluso en la necesidad de la «evasión» (aunque sea aparente, ilusoria) que el propio pueblo experimenta para poder soportar el peso de sus cadenas.

Desde la perspectiva de los gobernantes se defenderá este modelo de televisión por motivos análogos a como se defendieron, en su día, las prácticas religiosas: «Un cura me ahorra cien gendarmes», decía Napoleón. Las series televisadas de extraterrestres que evolucionan por los Planetas, o de terrestres que evolucionan por los campos de fútbol, mantienen encadenados a la pantalla, durante días y días a millones de espectadores, y ahorran muchos gendarmes al gobierno. En la democracia industrial de masas, en la que millones de trabajadores quedan vacíos durante los largos tiempos de ocio, si no hubiera fútbol, habría que inventarlo; y como en los campos de fútbol no caben esos millones de trabajadores urbanos en «estado de ocio», será necesario que las pantallas de televisión lleven a las casas de esos trabajadores la poética del juego futbolístico. Sin la televisión, la democracia de masas, es decir, la sociedad de mercado o de consumo, que procura mantener a cada ciudadano en la situación más cercana posible al ideal de consumidor satisfecho, no podría considerarse como una sociedad sostenible.

La poética televisiva ofrecerá a millones y millones de ciudadanos, que gozan de una discreta libertad (en el tiempo de ocio), el contenido de su libertad para, a saber, la contemplación y «disfrute» del partido de fútbol televisado; y no de un partido aislado, sino de series de partidos que se reproducen cíclicamente, durante años y años, marcando el tiempo a la sociedad entera y proporcionándole unas coordenadas muy precisas para fijar el pasado, el presente y el futuro político. Y, lo que no es menos importante: marcando un tiempo racionalizado, en el que tienen lugar unos comportamientos también racionalizados, ajustado a reglas estrictas, a las reglas de un juego de estrategia operatoria en el que los objetivos y los procedimientos están a la vista (el fútbol, frente a los espectáculos «dionisíacos» del rock, o de otras ceremonias propias de la orgía-latría, de discotecas, etc., nos pone delante del racionalismo más transparente).

Un hombre «bien educado», como televidente, en la férrea disciplina de este modelo de televisión, no tendría por qué distinguir siquiera entre las apariencias veraces y las falaces. Ni siquiera tendría que distinguir las apariencias informativas y las publicitarias: sería suficiente que valorase la calidad estética o la coherencia interna de ambas. Y si Sócrates tomaba como criterio de sabiduría el estado alcanzado por un hombre «que no fuera capaz de apreciar la diferencia entre un general y un conductor de asnos», este modelo de televisión podría tomar como criterio de sabiduría del «consumidor satisfecho», el estado de quien «ya no es capaz de apreciar la diferencia entre un spot publicitario y una información política». El consumidor satisfecho que hubiera alcanzado la sabiduría se aproximaría a la pantalla «sub specie aeternitatis», al menos durante su tiempo de ocio; a la manera como antaño el «productor insatisfecho» alcanzaba la sabiduría el domingo, contemplando las ceremonias o escuchando los sermones que discurrían en el escenario más común de la época, el templo.