sábado, marzo 29, 2008

para ver cómo han ido evolucionando algunos políticos europeos


CRITICA FILOSOFICA PARA MANTENER LA VIDA
SABER Y PODER PARA MANTENERNOS LIBRES COMO
LA CAPACIDAD DE INDEPENDENCIA FUNDAMENTAL PARA
LA VIDA


ASINCRO QUISIERA QUE ESTA ENTREVISTA RESULTE DE UTILIDAD PARA ENTENDER LOS CAMBIOS SUCEDIDOS EN ALGUNOS POLÍTICOS EUROPEOS
ENTREVISTA

ECOLOGIA POLITICA Y GLOBALIZACION Entrevista a ALAIN LIPIETZ*
Realizada en Quito el 27 de mayo del 2000 por:María Fernanda Espinosa, Fredy Rivera y Marc Saint-Upéry
ED: ¿Puedes describir tu trayectoria política y explicarnos cómo te llevó a la ecología política y al partido verde francés?AL: Mi trayectoria política empieza más o menos con el movimiento de Mayo del 68, un movimiento social estudiantil y obrero muy fuerte. Del lado del movimiento estudiantil, y también en parte del movimiento obrero, tenía rasgos antiproductivistas y al menos en cierta medida antiestatistas. Era una revuelta contra una forma de pacto social donde todos podían tener trabajo y ganar siempre más dinero, pero sólo con la condición de trabajar siempre más, y donde el Estado era el organizador de todos los aspectos de la vida cotidiana al servicio del capital. Mayo del 68 fue la primera forma de lucha de masa contra este tipo de ideología. El discurso de la gente en la calle era una crítica del modo de vivir no sólo por ser capitalista, sino por ser productivista. Durante tres semanas, no hubo ningún tráfico, porque no había gasolina, y la gente discutía en la calle. En un país que había tenido una revolución fordista muy traumática, la gente se acordaba de la vida de antes, que era tal vez más dura, sin agua corriente, etc., pero con una cierta calidad de vida.
Sin embargo, las formaciones políticas que surgieron del movimiento de Mayo del 68 no eran realmente adecuadas al contenido de mayo. Hacían referencia al marxismo-leninismo en su variante trotskista o maoísta, con dificultades enormes para tomar en cuenta tanto los aspectos más antiproductivistas y ecologistas como los aspectos libertarios y antiestatistas de Mayo del 68. Después de un decenio, más o menos, estos movimientos desaparecieron. Yo mismo estaba en un grupo marxista-leninista, pero mi grupo, la Gauche Ouvrière et Paysanne (Izquierda Obrera y Campesina), era muy interesante porque tenía un vínculo más fuerte con este tipo de contenido. Primero porque tenía fuertes relaciones con grupos de la izquierda campesina, quienes han sido los precursores de la Confédération Paysanne de José Bové1, y también con grupos de obreros calificados que rechazaban el taylorismo y las formas enajenantes de la organización del trabajo. Entonces, mi grupo era tal vez uno de los más sensibles al contenido de esta revuelta contra la forma dominante del capitalismo. A pesar de esto, compartía esa visión marxista-leninista de la política donde la clase obrera, sujeto histórico principal, delegaba las tareas políticas a un partido de vanguardia, etc.
ED: A un lector latinoamericano, le podrá parecer extraño este peso de los movimientos maoístas en países capitalistas desarrollados de Europa. ¿Cómo lo explicas?AL: El maoísmo francés de la Gauche Prolétarienne, o el maoísmo italiano de Lotta Continua2, no tiene mucho que ver con cierto marxismo-leninismo latinoamericano, aún menos con el maoísmo de Sendero Luminoso. Más bien era una forma de crítica del estalinismo, y eso desde el punto de vista de una crítica del productivismo. Es el maoísmo de las "diez grandes relaciones" definidas por Mao, ciudad-campo, trabajo manual-trabajo intelectual, etc. Era la forma a través la cual un concepto de partido viejo, de tipo marxista-leninista, se adaptaba a los contenidos nuevos de Mayo del 68. Era una crítica de la idea que las fuerzas productivas son siempre buenas, sólo hay que distribuir mejor el producto. Desde nuestro punto de vista, la crítica trostkista del estalinismo no bastaba, era puramente política. Los trotskistas decían que el problema con el estalinismo era la burocracia, mientras nosotros decíamos que el problema con el estalinismo era mucho más amplio, era también la aceptación del taylorismo, la aceptación de la división entre trabajo manual y trabajo intelectual, etc. Era una crítica más radical del modelo de desarrollo: ¿por qué producir? ¿por qué consumir? ¿qué manera de trabajar?, etc. Y de hecho, cuando toda esta izquierda marxista-leninista se esfumó a mediados de los años 70, muchos de los maoístas franceses e italianos se volvieron verdes.
Mi experiencia personal de continuidad con los valores principales de Mayo del 68 se expresó también a través de lo que se iba construyendo como el movimiento verde. Los verdes surgieron primero como un movimiento social que aglutinaba ambientalistas, pacifistas, feministas y regionalistas principalmente. Es sólo después que se agregaron sectores provenientes del movimiento obrero y campesino. Como partido, los verdes aparecieron en Francia sólo en 1984, cinco años después de Alemania, lo que les llevó a tener una relación de fuerzas muy débil con la socialdemocracia francesa, pero al mismo tiempo una especificidad muy grande. El partido verde francés surgió después de veinte años de existencia informal, donde había grupos ecologistas que a veces participaban en elecciones en función de la decisión de asambleas generales ad hoc. Nacen como partido tres años después de la victoria de la coalición de izquierda, y como partido que tenía una gran hostilidad en contra de esa izquierda, sea por demasiado estatista, como los comunistas, sea por demasiado liberal, como los socialistas, y en ambos casos demasiado productivista. Desde 1984 hasta 1993, o sea hasta la derrota de la izquierda, era casi imposible hacer una alianza.
ED: ¿Cómo se explica el relativo atraso de la constitución y del fortalecimiento de los verdes franceses en comparación con los de Alemania?AL: Alemania es diferente. Un día una periodista le preguntaba a Daniel Cohn-Bendit3 por qué el movimiento verde era tan fuerte en Alemania y tan débil en Francia (así era en los años 80), y Cohn-Bendit le contestó: "Porque en Francia todos los revolucionarios se pueden volver funcionarios públicos". En Alemania, a parte que no hay esta centralidad del Estado republicano francés, hubo la época de los Berufverbote, de la prohibición de ejercer un cargo de funcionario público para quienes no aceptaban el orden constitucional, en la época en que gran parte de la izquierda extraparlamentaria estuvo marginada por las sospechas de complicidad con el terrorismo. Entonces, tuvieron que inventar su propia sociedad alternativa, con sus escuelas, sus tiendas, sus cooperativas, hasta sus bancos, y el movimiento verde alemán fue en gran parte el reflejo de esta contracultura. Lo que explica en parte también el ocaso actual de los verdes alemanes, ya que por un lado se trata de una generación de militantes que ahora tienen cincuenta años y quieren vivir en modo, digamos, más "normal"; por otro lado, con la ayuda de los socialdemócratas, hay una fuerte institucionalización de todo lo que era la "escena alternativa". Eso se ve en el campo urbanístico en Berlín, por ejemplo, donde el gobierno socialdemócrata está usando las redes alternativas para fomentar sus proyectos de construcción de un nuevo Berlín. Además es una tendencia vinculada con un fenómeno más general de institucionalización de las organizaciones no gubernamentales, como en Chile, donde muchas de las ONG de oposición de la época de Pinochet funcionan ahora como organismos paragubernamentales.
ED: Eso no pasa sólo en Chile...AL: Claro, y eso tiene también que ver con el hecho de que los gobiernos que aplican políticas neoliberales en América Latina buscan alternativas para manejar los problemas sociales que siguen existiendo a pesar del desmantelamiento de las instituciones estatales que debían hacerse cargo de ellos. Y lo hacen también bajo el impulso de los organismos multilaterales como el Banco Mundial o el BID, por ejemplo. Ahora, para regresar a la cuestión del nacimiento de los partidos verdes, digamos que al inicio eran una convergencia de contracultura alternativa, como en Alemania, de movimientos ambientalistas que criticaban el modelo de desarrollo, de pacifistas -no olvidemos que era la guerra fría y que esos movimientos se oponían a la nuclearización militar de Europa-, de feministas que criticaban el machismo del movimiento obrero, etc. Era una confluencia de muchos movimientos sociales quienes, inicialmente, no tenían mucho que ver entre sí. Entonces, tuvimos que inventar la ideología de esta convergencia, y esto no alrededor de un sujeto histórico, de una clase específica, sino como red de sujetos diferentes.
Eso se hizo en dos etapas. Primero hubo una concepción típica del fin de los años 70 y del inicio de los 80, o sea la ideología del arcoiris, de la yuxtaposición, de una "coalición antisistema", como dice Wallerstein. Era una etapa probablemente necesaria, por el rechazo del modelo unificador monolítico fomentado por el marxismo clásico. Pero había que superar esa etapa, que tal vez vale más para lo que llamo las "formas de política biodegradables", o sea de movimientos latentes que de vez en cuando hacen una iniciativa política común. Esa es la forma de iniciativa política que existe a nivel internacional, si tomamos la movilización de Seattle, por ejemplo -aunque siempre aparecen más formas de estabilización de las iniciativas también a este nivel: coordinadoras, etc. Pero necesitamos formas más permanentes en la esfera específicamente política, algo como un partido, y este partido no puede ser sólo el representante de los varios movimientos. Entonces empezamos a tratar de definir una plataforma no sólo en relación con la demanda de los movimientos, sino también por deducción a partir de nuestros valores fundamentales. Ahí, hay una ruptura con la especie de "trade-unionismo" ambientalista inicial de los verdes.
ED: Antes de volver a estos valores fundamentales, acabemos con el relato de la evolución política de los verdes franceses. ¿Cómo se hizo la reconciliación con la izquierda, y en particular con la izquierda de gobierno?AL: Fue una verdadera crisis. Había entre los verdes una forma de radicalismo "centrista", por decir, que se proclamaba ni de izquierda ni de derecha. Pero había también otra ala, de la cual hacía parte yo, que veía las cosas de otro modo, a pesar de no estar muy satisfecha con la izquierda realmente existente, con su falta de radicalismo, su productivismo, su positivismo cientista. A inicios de los años 90, se perdió poco a poco la ilusión fundamentalista de que los verdes podían llegar a una hegemonía dentro de la sociedad sin ninguna alianza, y eso coincidió con el fin de la hegemonía de los socialistas sobre la izquierda. Más y más gente que no quería votar para los socialistas empezó a votar para nosotros, lo que al inicio reforzó la ilusión fundamentalista. Hubo resultados electorales muy alentadores (más de 14%, y más de 40% de los franceses declaraban en los sondeos que algún día podrían votar un día por los verdes), pero seguidos por verdaderos desastres y por un traspaso masivo de votos hacia la izquierda tradicional en la segunda vuelta. La gente quería saber con quién querían gobernar los verdes. De ahí hubo un período de crisis de los verdes, seguido por la reconstrucción de la dirección del partido alrededor de Dominique Voynet, la actual ministra del Ambiente. El nuevo discurso era: claro que esta izquierda no es nuestra izquierda, pero tenemos algo en común, o sea una cierta idea del progreso humano y de la justicia social, a pesar de que nuestra idea del progreso rechaza mucho de lo que se llama "progreso" desde Descartes (¡o tal vez desde la Biblia!).
Al mismo tiempo la izquierda socialista y comunista atravesaba una crisis muy similar bajo ciertos aspectos, y hubo también un proceso de reconstrucción de la dirección socialista alrededor de Lionel Jospin, así como de Robert Hue para el Partido Comunista. En Francia, la reconstrucción del Partido Socialista no es la afamada tercera vía. La tercera vía, o sea algo entre la socialdemocracia y el liberalismo, era más bien la práctica, aunque no la retórica, del poder socialista de Mitterrand en los años 80. Si hay una tercera vía de Jospin, está más entre la socialdemocracia y los verdes, y se encuentra también bajo la presión de los comunistas y de lo que se llama "la izquierda de la izquierda". Hay un movimiento de la sociedad francesa hacia la izquierda y la gente que vota a la izquierda de los socialistas (verde, comunista, trotskista) es tan numerosa como los que votan socialistas, o sea cerca de 25%. Los socialistas ya no son hegemónicos del punto de vista de las ideas -además tienen pocas ideas-, pero sí son hegemónicos desde el punto de vista de la credibilidad como partido de gobierno.
ED: ¿Cómo explicas este resurgimiento de una izquierda social y intelectual vigorosa en un país de Europa que, en los años 80, era tal vez -con cierta complicidad de los socialistas- el más "normalizado" desde el punto de vista ideológico? Me acuerdo que Perry Anderson escribía entonces que París era la capital intelectual de la reacción en Europa.AL: Y era la verdad. Creo que eso se explica por los ciclos del compromiso social, la alternancia entre búsqueda del bienestar privado y del interés público, bien descritos por Albert Hirschman4. Eso es el lado positivo de ser relativamente viejo, se pueden ver como las cosas evolucionan. Hubo recién una entrevista de Alain Touraine (sé que hay todavía gente en América Latina que cree que Touraine es muy de izquierda; ya no tenemos esta ilusión en Francia) en el diario Le Monde que hablaba de los nuevos movimientos contra la globalización neoliberal y decía que la ola liberal, que él mismo había apoyado en los años 80, se había vuelta excesiva, que se había transformado en una guerra de todos contra todos, y que había que templarla con ciertas normas de convivencia. Entonces, para él, esos nuevos movimientos, a pesar de sus propios excesos y exageraciones, son el antídoto al peligro de la victoria total del liberalismo.
De hecho, en los años 80, había en la izquierda un discurso de casi desesperación, con la idea que estábamos totalmente derrotados, que no había nada que hacer, etc. Esto duró en Francia hasta la grande huelga de diciembre 1995, que fue un viraje decisivo, una especie de Stalingrado. Para hacer este Stalingrado, hubo que hacer alianzas bastante desagradables con los sectores más arcaicos y corporativistas del sindicalismo. Pero había que resistir y decir no a un nuevo proyecto de liberalización, y toda la población lo entendió muy bien. A pesar de la paralización total de los transportes públicos, que obligaba la gente a caminar horas en el frío, hubo un sentimiento de solidaridad masivo y verdaderamente excepcional. Eso fue el inicio de la recuperación: era posible ganar.
ED: Volviendo al gobierno actual de la izquierda en Francia, hay observadores que dudan de su carácter verdaderamente alternativo. Tras cierta retórica un poco menos liberal, dicen, no es tan diferente de Blair, y eso sería además el destino de toda la socialdemocracia europea.AL: No estoy de acuerdo. Primero no hay que sobre estimar al fenómeno Blair. Blair goza de una popularidad personal bastante frágil y superficial, de tipo latinoamericano, diría, algo como lo que fue la de Collor en Brasil. Es el síntoma de una cierta desagregación de la sociedad inglesa después de veinte años de thatcherismo. Así, lo poco que hace Blair puede hasta parecer maravilloso, como la creación de un salario mínimo, que no existía antes. Todo es una cuestión de contraste, pero ya se desgastó mucho el entusiasmo hacia Blair y hay críticas hasta entre los que lo apoyaron. En Francia, la situación es muy diferente. En un marco de crecimiento de las luchas populares, llega al poder Jospin, un keynesiano clásico que discute con los ecologistas y que propone una forma de compromiso entre las exigencias del apoyo a la demanda y las exigencias más radicales y antiproductivistas, o sea una reducción del tiempo de trabajo sin reducción de salario. Claro que se aplicó una versión moderada de este compromiso, pero aún así es un adelanto enorme, un crecimiento de más de 10% del tiempo libre de la gente. Se trata de un día libre por semana, o de un mes suplementario de vacaciones5. Además todo esto funciona muy bien, hay una reducción muy rápida del desempleo y un crecimiento muy fuerte.
Claro que desde un punto de vista ecológico la explosión del consumo no es un fenómeno desprovisto de ambivalencia, pero al mismo tiempo estamos tratando de cambiar la forma misma del gasto público. Por ejemplo, en 1992, los gastos de transporte en la región de París representaban los dos tercios para los automóviles y un tercio para los transportes públicos. Como los verdes tenían una minoría de bloqueo en el Consejo Regional, pudieron imponer un cambio de rumbo, y ahora esta proporción es de 80% a favor del transporte público. Mi batalla como economista dentro de la Comisión Económica del Parlamento Europeo es insistir en que la forma de recuperación económica actual de Europa es en contradicción con los compromisos ecológicos de la conferencia de Kyoto -en materia de emisión de gases carbónicos, por ejemplo. Estoy defendiendo la idea de cambiar completamente los objetivos de inversión pública en los diez próximos años.
ED: Ahora, ¿en nombre de qué estás defendiendo estas ideas? ¿Cuál es el contenido ideológico y filosófico de la ecología política, y cuál es su relación con la ecología científica?AL: Como en la relación entre sociología y socialismo, o entre ciencia económica y crítica de la economía política, hay un verdadero problema de contenido, de articulación y de designación. La ecología política es al mismo tiempo un enfoque científico y una opción política, incluso una práctica política. Para mí en términos de contenido científico, se trata primero de una ecología de la especie humana. La ecología en general es la relación triangular entre los individuos de una especie, la actividad organizada de esta especie y el territorio en el cual se desarrolla. La especificidad del ser humano es precisamente su capacidad de adaptación, que le permite transformar conscientemente tanto su actividad organizada como el territorio que la acoge. Por eso hay una dimensión específicamente política de la ecología humana, ya que hay espacios de debate donde se discute lo que tenemos que hacer con el territorio y nuestra actividad y en nombre de qué.
Este momento político de la ecología del ser humano abre la vía de una política ecológica: ¿qué sentido le damos a la transformación de nuestras relaciones sociales y de nuestra relación con el territorio? Esas son las preguntas específicas que lleva consigo la ecología en el debate político. ¿Pero cuál es la relación de esta ecología política con la ecología científica el ser humano? Se podría decir que hay que separar lo científico y lo normativo, y que sería perfectamente normal que a un gran especialista en ecología humana, hasta en ecología urbana, no le importe un comino que haya ricos y pobres o que haya contaminación ambiental. Pero no me parece que sea un caso muy probable o muy frecuente. Generalmente, la gente tiene un interés humano en lo que está haciendo, y es muy probable que alguien que hace ecología científica tendrá ganas de hacer una buena política ecológica. Ahora, si queremos ser más precisos, se puede decir que, al triángulo que define el marco científico de la ecología política, corresponde otro triángulo parecido, el de la buena política ecológica, o sea un conjunto de valores que guía las elecciones políticas de la ecología política. En cada de los tres ángulos de este triángulo encontramos un valor específico: la autonomía, la solidaridad y la responsabilidad. Estos tres valores tienen una relación estrecha con los valores clásicos de todas las fuerzas progresistas. No es difícil identificar ahí los valores de libertad, igualdad y fraternidad que estuvieron en las banderas de las revoluciones del siglo XVIII y del inicio del siglo XIX y que fueron transformados y enriquecidos ulteriormente.
¿Qué es la autonomía? Es la libertad pero no la libertad abstracta. Es la capacidad concreta para un individuo de controlar al menos en parte el sentido de sus actos, elegir lo que quiere hacer y, en cierta medida, los medios para hacerlo. Digo bien "al menos en parte" y "en cierta medida": ya no tenemos ciertas fantasías de libertad absoluta y todopoderosa, y entendemos mucho mejor los determinismos que nos restringen. Digamos que la autonomía es utilizar esos determinismos para entender y decidir lo que queremos hacer, darle pleno sentido y asumir las consecuencias de ello (y ser capaz de modificar nuestro comportamiento). En cuanto a la solidaridad, corresponde al ángulo "actividad organizada" del triángulo científico, es una cierta manera de reexaminar dos siglos de debate sobre la igualdad. La igualdad burguesa y liberal era una igualdad de oportunidades: todos somos iguales al momento de nacer y después ¡que gane el mejor! Este ideal, que no es despreciable, afirma la ausencia de diferencias sustanciales entre nobles y villanos, por ejemplo, o entre blanco-mestizos e indígenas, pero deja que todos se las arreglen con las dificultades de la vida. Sin embargo, se sabe que no todos tienen la misma dotación inicial. La igualdad comunista es más bien una igualdad de resultado y no sólo una igualdad como punto de partida abstracto. El problema es que había en eso una negación asumida de todo lo que es iniciativa individual. Entonces la solidaridad, para los ecologistas, es una visión mucho más inspirada por la concepción de los ecosistemas, una situación en la cual unos seres inicialmente autónomos puedan siempre volverse de nuevo autónomos, aunque hayan cometido errores que les han marginado. O sea una igualdad de oportunidades siempre renovada: la sociedad debe hacer de modo que cada uno de nosotros encuentre de nuevo cada mañana su igualdad de oportunidades.
El tercer valor es tal vez el más específicamente ecológico, ya que casi no existía en la reflexión de las fuerzas progresistas tradicionales. Igual que los liberales apreciaban la libertad sin darle mucho importancia a la solidaridad, los socialistas tenían una cierta idea de la solidaridad pero no veían la importancia de la responsabilidad hacia las futuras generaciones y las otras especies. Ese es el aporte específico de los ecologistas, un equivalente de la idea de fraternidad extendida mucho más allá que en la concepción cristiana o socialista. Tenemos una responsabilidad hacia lo que sucede lejísimos, al otro lado del planeta y hacia lo que puede suceder después de muchas generaciones. Un ecologista no puede aceptar la fórmula de San Pablo cuando dice: "Si Dios no existe, comamos y bebamos, ya que mañana vamos a morir". Tampoco puede aceptar el imperativo de optimización de la economía hacia el pleno empleo y el máximo de crecimiento sólo para nuestra generación, reflejado por el dicho de Keynes: "En el largo plazo, todos estaremos muertos". En los Estados Unidos, he visto una calcomanía que decía: "¡And now, Keynes is dead, and we are stuck in his future!" Un ecologista no puede aceptar la idea que, si no hay recompensa eterna, no tenemos que preocuparnos de los efectos de nuestras acciones sobre personas desconocidas. Tampoco puede aceptar cierta concepción de la Ilustración, en la cual los acuerdos entre los hombres resultan de la armonización de los intereses bien entendidos de cada individuo (ahí se manifiesta tal vez una cierta debilidad de Habermas, por ejemplo, desde un punto de vista ecologista). Como ecologistas, rechazamos también la visión de la socialdemocracia cuando estima que una vez que hemos logrado un buen acuerdo entre las clases sociales para una generación, estamos satisfechos. De ahí salió el compromiso fordista, tal vez el más avanzado en la historia de la humanidad -especialmente en su versión escandinava-, donde toda la sociedad ha sido implicada en modo solidario en la repartición de los frutos del progreso técnico, desde la última vendedora del supermercado hasta el ingeniero informático de Ericsson. Sin embargo, la socialdemocracia no toma en cuenta los efectos a largo plazo de estos compromisos sociales.
ED: ¿Pero cómo se expresa esta preocupación ecologista de solidaridad y responsabilidad en el campo de las relaciones internacionales, y en particular de la relaciones Norte-Sur?AL: Bueno, primero, hay que ver que, al menos en Francia, la ecología política nace precisamente de una reflexión sobre las relaciones Norte-Sur y el desarrollo. El fundador de la ecología política francesa es un ingeniero agrónomo, René Dumont, en mi opinión una de las figuras mayores del siglo XX. En su larga vida (nació en 1907), ha recorrido todo el planeta, siempre con la pregunta de ¿cómo viven los hombres? Su gran obsesión siempre ha sido cómo alimentar la población, lo que es una interrogación típica de un ecologista: ¿cómo los individuos de una especie dada logran sobrevivir en un territorio dado? Hasta la edad de cincuenta años, era un modernista convencido, un socialista modernista. Para él, el progreso técnico, en particular la revolución verde, o sea la revolución de las semillas seleccionadas a alto rendimiento, de los pesticidas y de los abonos químicos, hubiera permitido alimentar todo el planeta. Sin embargo, descubrió que en la práctica eso no funcionaba, ya que ciertas relaciones sociales destruyen los posibles efectos positivos del progreso técnico. Ahora bien, un socialista clásico podría también decir lo mismo. Un marxista vulgar diría: hay muy buenas fuerzas productivas pero las relaciones sociales son tan malas que no hay redistribución de los efectos positivos. Sin embargo, Dumont va a profundizar el tema en otra dirección. Lo que él empieza a ver y a decir es que las fuerzas productivas que ofrecemos al Tercer Mundo no son sino la expresión de relaciones sociales realizadas en el Norte. O sea que su aplicación en el Tercer Mundo sin ninguna precaución es en sí mismo destructora para los países del Sur. Como expresión de ciertas relaciones capitalistas desarrolladas, no pueden ser reapropiadas por las sociedades del Sur. Más bien, se trata de una forma de continuación del colonialismo a través de la cooperación.
De ahí, sin caer nunca en una forma de culto a una especie de comunismo primitivo idealizado, lo que interesa a Dumont es saber cómo se pueden utilizar conocimientos sin lugar a dudas universales -ya que el progreso científico es un bien común de la humanidad- de manera que puedan ser apropiados y adaptados a partir de las sociedades locales y de sus fuerzas vivas para establecer un modo de desarrollo más sano y equilibrado. Se trata de una forma de profundización de la crítica marxista de las relaciones Norte-Sur, pero más allá de los problemas de distribución para desembocar en una crítica del "progreso" técnico. Y con el planteamiento de la cuestión de la tierra y del territorio como eslabón de la cadena entre diferentes generaciones, Dumont permitió a un montón de jóvenes agrónomos y militantes descubrir el conjunto de la temática ecológica.
Este nuevo enfoque sobre las relaciones Norte-Sur lleva consigo un cierto número de temáticas que ya no son tan nuevas, pero sí lo eran hasta fines de los años 80. Hablamos, por ejemplo, de la prioridad a las mujeres como fuerza de transformación social en las sociedades en vía de desarrollo. La concepción de la cooperación Norte-Sur que tenían las fuerzas marxistas o socialdemócratas era muy masculina: grandes obras públicas que apuntaban a mejorar la productividad de los sectores masculinos de las fuerzas productivas. Todo el lado femenino de la división sexual del trabajo de las sociedades en vía de desarrollo, lo que Fernand Braudel llama el primer piso de la civilización material y que otros llaman el modo de producción doméstico -para resumir, todo lo que es cocina, huerta y cuestiones de reproducción-, todo esto era totalmente descuidado por las concepciones "progresistas" tradicionales de la cooperación. Con la excepción, tal vez, de la planificación demográfica, pero con un enfoque macroeconómico, tecnocrático y autoritario que dio lugar a políticas de regulación de nacimientos socialmente contraproducentes y ecológicamente desastrosas (con los efectos químicos perversos de la píldora).
Todas esas nuevas ideas, que el desarrollo es primero el desarrollo de las técnicas apropiadas, que se debe apoyar en nuevas relaciones sociales, que el núcleo fundamental de las relaciones sociales es la relación hombre-mujer -ideas que no eran totalmente ausentes de los clásicos del marxismo, véase El Origen de la Familia, de Engels, pero habían sido oportunamente olvidadas-, son sobre todo los ecologistas quienes las han popularizado paulatinamente en los años 90 a través una serie de conferencias internacionales como Río, Pekín, Cairo, Copenhague, hasta el punto que hoy hacen parte del sentido común de los organismos de cooperación. Digo bien del sentido común y del discurso, claro que no siempre de la práctica, y hay que luchar a diario para imponerlas, hasta en países supuestamente ilustrados como Francia, donde los verdes están en el gobierno al lado de socialistas y comunistas, pero que siguen practicando políticas de tipo neocolonial o, en el mejor de los casos, políticas redistributivas que condonan la deuda sin preocuparse de los mecanismos que la generan. Así que estamos todavía lejos de una auténtica política de cooperación.
ED: Sin embargo, no existe sólo esta "materia prima" de las relaciones sociales y ecológicas, este "primer piso" braudeliano que los ecologistas y las feministas han revelado. Hay también otro piso, otro nivel, más político, que abarca tanto las herencias del colonialismo y del imperialismo como los mecanismos institucionales de la dependencia, las instituciones internacionales propiamente políticas y lo que se podría llamar las instituciones políticas del mercado mundial, como la OMC. Hemos visto la participación de los ecologistas en las manifestaciones de Seattle, pero lo de Seattle era una coalición muy heterogénea. ¿Qué piensan exactamente los ecologistas de la globalización y del libre comercio, por ejemplo?AL: Bueno, primero no están todos de acuerdo. Lo único en que están todos de acuerdo, es que necesitamos poder controlar mejor políticamente el curso "automático" de la actividad económica. Todos dirán que lo político, el momento de la discusión sobre el ¿qué hacemos?, debe volver a prevalecer sobre la regulación por el mercado y la lucha de intereses. De ahí, se dividen. Algunos piensan que se puede reducir la actividad económica a una yuxtaposición de células controlables por las sociedades locales. Esa es la teoría de la reorganización del mundo en ecoregiones autónomas y autosuficientes. Una activista ecofeminista de la India como Vandana Shiva encarna bien esta visión, por ejemplo. Esto puede tal vez funcionar en algunas sociedades no muy desarrolladas que se trataría de preservar, introduciendo con mucha cautela unos pocos cambios técnicos menores. A mí, este modelo de tipo "gandhiano" me parece muy estimable, pero cuando se transforma en dogma impuesto a los demás, puede ser percibido con razón como algo muy autoritario. Y, precisamente, mucha gente le teme a la ecología porque ven en ella la posibilidad de una dictadura cientista o comunitarista sobre las necesidades.
Pero si pensamos que un cierto nivel de división internacional del trabajo tiene su legitimidad, por el hecho que no hay de todo en todo los países, por ejemplo, y que no vale la pena hacer un alto horno por municipio, como lo quería Mao Tse Tung (además, ¡no sería muy bueno desde el punto de vista ecológico!), si pensamos que se puede encontrar un cierto equilibrio entre la división técnica y social del espacio y la responsabilidad local, entonces volvemos a la realidad. Y la realidad ¿qué es? Es el hecho que, aún en los Estados Unidos o en Francia, si uno mide la cantidad de trabajo consumido por cada habitante que haya sido producida en un radio de menos de 20 kilómetros, eso representa 80%. Una cifra sorprendente sólo si olvidamos que el trabajo doméstico representa ya más de la mitad del trabajo humano. En los 50% que quedan, todo lo que es construcción, obras públicas, servicios, etc., son producidos en un radio de menos de 20 kilómetros. El problema es que nuestra dependencia de los 20% que son producidos más allá de esos 20 kilómetros es inevitable pero muy peligrosa. Significa que, para poder sobrevivir, cualquier célula humana debe poder exportar en modo competitivo más allá de esos 20 kilómetros. Personalmente, soy un especialista del tercer sector, creo mucho en estas formas de trabajo comunitario, que se trate de cosas parecidas a la minga o de cosas más sofisticadas y más conectadas con el mercado. Pero también sé que con esto no se construyen automóviles, por ejemplo. Entonces si ustedes quieren poder escuchar la radio, escuchar un CD, desplazarse, aunque sea en un medio de transporte público, ustedes deben ser capaces de producir algo en cambio. Desde que existe este problema, existe la posibilidad de que se desate toda la locura del liberalismo.
Frente a esto, gran parte de la historia del movimiento obrero, desde el inicio del siglo XIX, se resume en decir: hay que crear espacios políticos con reglas del juego sociales y ambientales que impedirán que la competencia entre las sociedades locales provoque un dumping social y ecológico generalizado que nos obligue a aceptar cualquier cosa para poder exportar en cualquier condición de explotación y comprar a cualquier precio. El Estado-nación era la forma y el territorio específicos del político, lo que permitió que se dicten estas reglas del juego capaces de controlar un poco el mercado. La socialdemocracia, el desarrollismo cepalino y hasta el comunismo entran en esta lógica. Hoy en día, el problema es que más allá de 20 kilómetros, la nación no representa ya ninguna garantía pertinente. La economía local existe, pero lo que no es estrictamente local es globalizado. Cuidado, que lo que llamamos globalización no es un fenómeno nuevo: cuando el homo sapiens invadió el planeta después de haber liquidado físicamente el hombre de Neandertal, eso era ya una forma de globalización; cuando los indoeuropeos conquistaron casi todo el espacio del neolítico clásico en el viejo mundo, fue una segunda globalización bastante extraordinaria; y la globalización que conoció el Ecuador en el siglo XVI fue mucho más brutal que lo que se está viviendo ahora. Pero la globalización actual tiene una especificidad: la mayor parte, no del primer piso económico de Braudel, sino del segundo piso, o sea todos los pequeños objetos usuales de la vida cotidiana -radios, bicicletas, sillas, etc.- pueden ser producidos en cualquier lugar del planeta y transportados a bajo costo en el mundo entero.
Me acuerdo que estuve una vez en una conferencia de resistencia al Tratado de Libre Comercio norteamericano organizado por el sindicato autónomo mexicano, el FAT. Los mexicanos habían invitado a sindicalistas canadienses y estadounidenses y les distribuían gorras y camisetas del sindicato. Pero estas gorras y camisetas eran "made in China", ya que era demasiado caro para unos sindicalistas mexicanos comprarlas en México. Así, la globalización abarca hasta los objetos que Gandhi, precisamente, pensaba poder siempre producir localmente, como las prendas básicas. Ahora ¿qué hacer? Podemos hacer la misma cosa que se hizo antes a nivel nacional y hacerlo a nivel mundial: exigir que se promulguen reglas sociales, ecológicas, fiscales, de derechos humanos; o podemos atrincherarnos dentro del viejo Estado-nación. Pienso que la estrategia de atrincherarse dentro del viejo Estado-nación, que es la de la izquierda tradicional, es una estrategia no sólo perdedora sino reaccionaria. Es perdedora primero porque ya estamos en la situación descrita, en la cual, si un sindicato mexicano quiere regalar camisetas, tiene que comprar producción china. Segundo, en la batalla política internacional tal como se plantea -o sea con movilizaciones tipo Seattle-, la elección de atrincherarse en el Estado-nación desemboca en una posición de convergencia implícita con los Estados que no quieren ninguna regulación del comercio internacional. Es el caso de todas las dictaduras productivistas del Tercer Mundo, quienes son: sea aliados directos, sea fantoches de las multinacionales.
Podemos tomar el ejemplo de un jefe de Estado como Muhamad Mahathir, el dirigente de Malaysia, quien dice explícitamente: "no quiero ninguna regla internacional de carácter social o ecológico, ya que es un atentado contra mi soberanía; quiero tener el derecho de liquidar todos los indígenas de la selva tropical de Borneo para exportar madera preciosa; quiero tener el derecho de hacer trabajar los obreros malayos dieciocho horas por día, etc., etc." Todo esto significa que atrincherarse dentro del Estado-nación es una estrategia perdedora desde el punto de vista de la defensa del mercado interno y reaccionaria desde el punto de vista de la conquista del mercado externo. Significa no ser verdaderamente capaz de desarrollar el mercado y la producción interna, ya que la globalización está por todos lados, y poder exportar sólo a condición de aplastar cruelmente a los trabajadores y a la sociedades locales, con salarios de miseria y el saqueo del ambiente.
ED: Entonces ¿cuál es la solución?AL: En estas condiciones hay que pelear para imponer reglas internacionales al libre comercio, lo que sí quiere decir que la soberanía nacional no es intocable. Decimos sí a la soberanía cuando representa una forma de organización de la solidaridad, no a la soberanía cuando pone en peligro los derechos sociales y ecológicos de las sociedades locales. Cabe decir que, en la coalición de Seattle, por ejemplo, no todos están de acuerdo con esta posición, que es más o menos la de los partidos verdes europeos. Y es comprensible que sea la posición de los verdes europeos, ya que ellos están en una fase de globalización controlada que es la construcción de la Unión Europea. La construcción europea ha sido una experiencia a veces muy dolorosa de globalización, pero hay que ver que si tomamos sólo los bienes manufacturados, Europa es cerrada a más del 83%, o sea que los europeos producen y venden casi sólo entre sí. Eso no por proteccionismo, sino porque hacen de todo, desde el petróleo hasta los alimentos. Lo que compran afuera son sólo unos pocos bienes producidos a un costo salarial drásticamente más bajo, como camisas de seda chinas, por ejemplo.
Esta globalización interna tuvo sus momentos difíciles, como cuando parecía que todas las protecciones del trabajador francés podían ser destruidas por las condiciones de producción en España o en Portugal. Hubo que luchar para conseguir reglas sociales que rijan para todo tipo de producción y de intercambio dentro de las fronteras de Europa: eso se llama la lucha para el espacio social y ecológico europeo. No la hemos ganado todavía, pero ya hay muchos conquistas. Por ejemplo, el tiempo de trabajo semanal no puede superar 48 horas, lo que en realidad refleja prácticamente sólo la realidad de un sector muy pequeño del mercado del trabajo europeo, digamos las obreras portuguesas. Pero es al menos una regla del juego y ya que vamos a integrar los países de Europa Oriental, tiene su sentido. Y luchamos por más reglas.
Ahora los ecologistas europeos tienden a pensar que hay que extender este tipo de regulación a nivel mundial. El problema es que, a nivel mundial, no hay algo como las instituciones políticas europeas, el Parlamento Europeo, etc. Y ahí hay un problema de estrategia y de alianzas. Hay ecologistas que piensan que cualquier regla promulgada por organizaciones internacionales será una regla que favorece al Norte contra el Sur. Es la posición de gente como Vandana Shiva, partidaria del desarrollo ecológico autocentrado de tipo gandhiano, o de Martin Khor, partidario del desarrollismo nacional de la vieja izquierda. Hay algo de verdad en esto: es evidente que unas reglas que hacen más difícil una competitividad fundamentada en el bajo costo del trabajo o en el saqueo de la naturaleza tienden en general a disminuir la presión competitiva del Sur sobre los países del Norte. Pero no creo que sean reglas hostiles a las poblaciones del Sur, ya que tienden a ofrecerles más protecciones contra sus propias élites.
El debate empieza a avanzar. Hemos organizado en el Parlamento Europeo una reunión con la red mexicana de lucha contra los efectos negativos del TLC, que reúne sindicalistas y ecologistas mexicanos, y la dirigente de esta red nos explicó muy fríamente: "No sólo es que queremos reglas sociales y ecológicas sobre el libre comercio, sino que queremos que se promulguen sanciones internacionales por su no respeto". Creo que, poco a poco, todas las organizaciones sociales y ecológicas de base entenderán que, cuando el comercio es internacional, lo que es inevitable, es necesaria una especie de policía internacional. Claro que esta policía la van a reclutar y pagar primero los países más poderosos. Una regulación internacional de tipo casi estatal es como cualquier tipo de regulación estatal: puede servir como instrumento de represión de las masas subalternas. Esa es la visión leninista clásica, pero en la visión sistémica de los ecologistas, el Estado es también el instrumento que la sociedad se da para impedir que las contradicciones que la atraviesan se reproduzcan en una lucha sin fin. Necesitamos de ciertas garantías universales que dicen, por ejemplo, que los niños no deben trabajar antes de acabar su crecimiento, que las mujeres y los hombres tienen derecho al descanso, que los bosques tienen que poder reproducirse de generación en generación, etc. Por esto necesitamos algo como una legislación mundial y sanciones internacionales para las empresas que no la respetan.
ED: El problema es que no hay sólo "los poderosos" y "los débiles", hay un poderoso muy particular, que es Estados Unidos.AL: En el fondo, y a pesar de cierto doble juego, Estados Unidos tiene la misma posición que Malaysia. Malaysia adopta un enfoque que llamaría lo de un "Saddam Hussein del ambiente". Cuando invadió a Kuwait, Saddam Hussein explicó que Estados Unidos había hecho lo mismo con Texas, etc. O sea que si los occidentales han cometido barbaridades durante siglos, yo también tengo derecho a siglos de barbaridades. Esa es la posición de Muhamad Mahathir en cuanto al saqueo del ambiente. No creo que los pueblos de la selva de Borneo lo aprueben. Y claro que Estados Unidos, por su parte, quiere seguir cometiendo barbaridades sin que nadie le diga nada. Washington ha siempre sido hostil a un multilateralismo auténtico. De hecho, hace parte, con países como Malaysia, de un verdadero eje Norte-Sur contra los derechos de los pueblos a tener leyes internacionales que les protejan. Pero la diferencia con Malaysia es que Estados Unidos es una democracia. De vez en cuando hay elecciones y las grandes organizaciones ecologistas y el sindicato AFL-CIO pueden decir que no van a votar por un candidato que no quiere reglas sociales y ecológicas sobre el libre comercio. Lo que explica ciertas variaciones en las posiciones adoptadas por Washington.
Sin embargo, el gran problema es tener una política de alianzas internacionales que garantice que la posición de las grandes organizaciones sindicales y ecologistas estadounidenses no sea contradictoria con los intereses de las mayorías del resto del planeta. Ahí creo que fue ejemplar la construcción de la red que se movilizó alrededor del TLC. Hubo una verdadera alianza de sindicalistas y ecologistas de los tres países, Canadá, Estados Unidos y México, con plataformas de reivindicaciones comunes que desembocaron en la promulgación de dos cartas complementarias al TLC sobre temas ecológicos y sociales. Claro que eso vino sólo después del Tratado, y es todavía frágil, pero me parece que estamos en la buena dirección. Además, la evolución de los sindicalistas estadounidenses es bastante impresionante: no sólo se acostumbraron a trabajar con ecologistas, lo que no era para nada su cultura, sino que el modo en que participaron en la movilización de Seattle, bajo la hegemonía de hecho de fuerzas más ecologistas y tercermundistas, es un fenómeno muy alentador. Eso significa que aunque haya ecologistas que se dejan influenciar por un cierto nacionalismo estéril de la vieja izquierda, hay también fuerzas del movimiento obrero y de la izquierda tradicional que se abren, entienden la necesidad de un nuevo internacionalismo concreto y adoptan el principio ecologista de "pensar globalmente, actuar localmente".

REFERENCIAS
1. Confederación Campesina. José Bové es un líder campesino francés que se hizo famoso por haber desmontado un McDonald's en una ciudad del centro de Francia para protestar contra la política agrícola de la OMC. Fue también una de las figuras más destacada de la protesta de Seattle en ??fecha??1999. La Confederación Campesina impulsó la creación de una organización internacional, Vía Campesina, de la cual es miembro la Coordinadora Nacional Campesina CNC-CONFEUNASSC en el Ecuador.2. La Gauche Prolétarienne (Izquierda Proletaria) era un movimiento maoísta espontaneista en las filas del cual militó gran parte de la joven intelectualidad radical de la época, y Jean-Paul Sartre le manifestó su solidaridad. Lotta Continua era el grupo más importante de la extrema izquierda italiana. Se autodisolvió en 1976.3. Famoso líder estudiantil franco-alemán de Mayo del 68. Diputado europeo y representante con Joschka Fischer, el actual ministro de Relaciones Exteriores alemán, de la ala derecha de los verdes europeos.4. Albert O. Hirschman, Shifting Involvements, Private Interest and Public Actions, Princeton University Press, Princeton, New Jersey, 1979. Veáse una excelente presentación de las tesis de Hirschman sobre los movimientos sociales en Erik Neveu, Sociología de los movimientos sociales, Abya Yala, Quito, 2000. 5. La contabilidad del tiempo de trabajo puede ser anualizada en ciertas empresas que tienen ciclos estacionales de actividad más o menos intensa.
* Economista, teórico de la "escuela de la regulación", director de investigación en el Centro Nacional de la Investigación Científica de Francia. Alain Lipietz es uno de los intelectuales y activistas más destacados de la ecología política a nivel mundial. Activo en la nueva izquierda desde 1968, animador de la revista Parti Pris de 1978 a 1983, se presenta en 1986 como candidato del partido verde francés en las elecciones legislativas, antes de afiliarse en 1988. Desde 1999 es diputado en el Parlamento Europeo, donde participa en la Comisión Económica y Monetaria, en la Comisión Empleo y Asuntos Sociales, en los intergrupos Tercer Sector, OMC y Iniciativas para la Paz y en la delegación parlamentaria para Suramérica y el Mercosur. Es también miembro del Consejo de Análisis Económico del Primer Ministro socialista francés Lionel Jospin. Ha escrito más de quince libros, entre los cuales mencionamos:
(con Georges Benko) La richesse des régions. Pour une géographie socio-économique, PUF, París, 2000.Qu'est-ce que l'écologie politique? La Grande Transformation du XXIe siècle, La Découverte, París, 1999.Nach dem Ende des "Goldenen Zeitalters" Regulation und Transformation Kapitalistischer Gesellschaften, Argument Verlag, Berlín-Hamburgo,. 1998.La société en sablier. Le partage du travail contre la déchirure sociale, La Découverte, París,1996.El padre y la madre de la riqueza.: Trabajo y Ecología, ADEC-ATC, Lima, 1995.Vert-espérance: l'avenir de l'écologie politique, La Découverte, París,1993 (en español: Tercer Mundo, IKARA [de próxima publicación]).Towards a New Economic Order. Postfordism, Ecology, Democracy, Polity/Oxford UP, Londres-Nueva York,1992.Berlin, Bagdad, Rio: le XXIe siècle est commencé, Quai Voltaire, París, 1992.(con Georges Benko) Les régions qui gagnent. Districts et réseaux: les nouveaux paradigmes de la géographie industrielle, PUF, París, 1992 (en español: Ediciones Alfons el Magnanim, Valencia, 1994).Choisir l'audace. Une alternative pour le XXIe siècle, La Découverte, París,1989 (en español: Trotta, Madrid, 1997).Mirages et miracles. Problèmes de l'industrialisation dans le Tiers-Monde, La Découverte, París, 1985 (en español: Tercer Mundo, Bogotá, 1992).